7 de mayo: una nueva oportunidad
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Son muchas las lecturas en clave política que se están proponiendo para la elección de este domingo: qué partidos obtendrán la hegemonía en la derecha y la izquierda; cómo afectará el resultado a la agenda del Gobierno en los tres años que le quedan; qué figuras podrían ganar en proyección de cara a la próxima contienda presidencial; podrían partidos opositores nuevos, como Republicanos y el PDG, desplazar a los más tradicionales como la UDI y RN; si los chilenos votarán pensando más en problemas coyunturales como la inseguridad, la inflación y la crisis migratoria, que en las definiciones de fondo que se esperan de un texto constitucional.
Este último punto -la actitud de los electores ante la votación- es, finalmente, el que marca la principal distinción respecto del proceso anterior, que llevó a la Convención Constitucional y al rotundo fracaso de su propuesta en las urnas.
El diseño institucional del nuevo proceso constitucional ofrece más posibilidades de moderación y debate razonable que el anterior.
El país ya no es presa de la fuerte conmoción social y política posterior al 18-O, que produjo una dinámica donde fueron marginados los partidos y referentes tradicionales en favor de una muy disímil colección de actores independientes sin experiencia previa ni proyectos colectivos, imbuidos de un ánimo refundacional (con dejos autoritarios) que a la postre no representó a la mayoría de los chilenos.
En cambio, tanto la decepción ciudadana con ese proceso como la gravedad de los problemas coyunturales ya mencionados hacen que el clima actual sea de una relativa apatía y desinterés frente a la elección del Consejo Constitucional, donde los partidos vuelven a jugar un rol protagonista.
Lo cierto es que el nuevo proceso merece una oportunidad, pues su diseño institucional -sin dar garantías absolutas- ofrece más posibilidades a la moderación y al debate democrático, respetuoso y razonable, que su predecesor. Para que eso ocurra, y para que tenga reales opciones de ser fructífero, es necesario que los ciudadanos participen el domingo y luego sean activos observadores, y jueces, de la siguiente etapa.
Más allá de las virtudes y defectos del texto constitucional vigente, un segundo intento fallido de modificarlo sería un tremendo fracaso para Chile y su democracia.